jueves, 1 de agosto de 2013

La vuelta al mundo del mundo.


Hablo muy poco de mis cosas, de mis problemas. Al contrario que Isabel Núñez, que tan magníficamente escribía en su blog sobre su vida diaria, sobre sus miedos y esperanzas, y conseguía crear una fluidez muy díficil de alcanzar entre esas cosas y el mundo de los libros (pues para ella, como para la mayoría de los escritores, ese mundo no era vida leída, sino vida verdadera; se puede vivir en una atmósfera contínuamente impregnada de párrafos, sonidos, palabras, cuentos, en una narración silenciosa). Al revés que ella, decía, yo sólo puedo taladrar el bloqueo de escribir sobre mis cosas si las transformo en otras, si las convierto en literatura.




Por eso me he ido haciendo con un "estilo", porque quizás es excesivo, e inútil, el esfuerzo que le exijo al lector. En ese estilo hay una compensación a tal dificultad: la velocidad con que ocurren las cosas, la economía de palabras, la posibilidad de establecer cortes bruscos, inspirados en la música y en el cine, que están ahí para que pase el aire que nos permite iniciar una nueva serie de secuencias.

A veces me interesa que mis personajes sientan y piensen y actúen con una personalidad. Otras no, en muchos de mis cuentos los protagonistas son de cartón porque lo que importa es lo que representan o lo que les pasa. Y otras hay un intento, un momento, de reunir todos esos puntos de vista sobre lo humano, desde los que todos podemos vernos, porque nos miran y miramos, y tengo entonces que ser frenéticamente rápida, como Superman cuando quiere ir al pasado y debe girar alrededor de la tierra en sentido contrario y a la velocidad de la luz, tengo que escribir casi a contrapelo y a toda velocidad para que el resultado no me lleve otra vez a una dispersión de átomos o a una exposición infinita, y cortar justo antes de que eso suceda. Entonces pasa el aire.

En uno de mis cuentos (Mi Dorothy Parker), una mujer que escribe, a quien llaman "Dotty", y que acude fielmente a una tertulia literaria, dice:

"Ahorrar adjetivos, qué gran equivocación –decía Dotty defendiéndose de una acusación de estilo– Prejuicios de gimnasta con sus diez horas de potro, veinte para las anillas, adjetivos los justos, no vayan a confundirnos con el concurso de patinadoras... ¿tenéis miedo a resultar presuntuosos rococó o floridos y débiles verborreicos? Grave error. Dos o tres adjetivos antes o después del sustantivo adecuado pueden ahorrarnos tres y hasta cuatro párrafos de explicaciones innecesarias a un entorpecido lector. Todo lo contrario, señores, adjetivar no es jardinería, sino síntesis. Caballeros..., síntesis es lo que el mundo necesita. Una bomba atómica de síntesis y la inteligencia humana sería un puñal: ligera, penetrante, rápida..."


Lo curioso es que Dotty es una insomne desesperada y lo que cuenta su historia es como está luchando por reparar un error del pasado. Eso mismo. La síntesis y la velocidad tienen que ver con la reparación y la vuelta al pasado, como en el ejemplo de Superman. A diferencia de la muerte sartriana, que es el momento que nos libera de hacer una elección pero también el que acaba con nosotros, esta otra muerte que intuyo siempre rodando, rondándome, nos interpela sobre si es posible elegir en vida, pues las cosas están tan unidas las unas a las otras que no podemos saber cuando hemos elegido realmente, en qué nivel de la conciencia, en qué momento, en qué situación, en qué todo, en qué acaso única vez.
Un hombre que leyó este cuento, en la terraza de un bar frente al
portátil, me confesó haber llorado como un niño al llegar al final, pero no entendía muy bien porqué. Creo que captó eso que estoy llamando estilo.





Puede que mi "estilo" no tenga un gran valor -algunos dirán que ni siquiera lo es- pero es lo único que tengo. Y el recuerdo de Janet Frame escribiendo con una aguja en las paredes acolchadas de una celda psiquiátrica. El de Bolaño escribiendo en un improvisado e incómodo rincón de su pasillo. El de Sade, en la prisión, escribiendo con sangre y heces. Y el de tantos que quedaron en silencio.



1 comentario:

Gustavo Löbig dijo...

Todo pasa, amiga, todo cambia, incluso lo malo, por esa ley que rige la vida y nos hace fluir a través del cambio incesante, como ejemplificamos todos, Bolaños, Sade, tú, yo, etc. Así que no te resistas a lo que es, para que no persista el dolor inútil que viene de oponerse o negar la realidad. Acepta la situación y, desde la paz que esa aceptación te genere, verás cómo todo cambia, y cuentas desde entonces con una nueva experiencia para tu alma. Saludos.