jueves, 3 de mayo de 2018

Alegrías

 El 'Café Burrero' de Sevilla, conocida fotografía de Emilio Beauchy, 1880

Gypsies, New York City, Helen Levitt, 1940.


Manuel Closa Will-o’-the-wisp, Barcelona 1958


Mantillas


Gonzalo Bilbao (1860 – 1938


Ignacio Zuloaga 1870-1945

 Julio Romero de Torres ,  1917


Ramon Stolz Segui   1872 - 1924

Hermenegildo Anglada Camarasa, 1902

Flamencas del pasado a la feria de 2016. Claves · Claudia Alfaro · Entre Cirios y Volantes
 ''La Golondrina''
Inge Morath

Atín Aya

Fotografía de Colita. La singla, 1963.

Paolo y Francesca

Infierno: Canto Quinto


Giuseppe Frascheri


El canto quinto del Infierno de Dante Alighieri se sitúa en el segundo círculo, donde son castigados los lujuriosos. Estamos en la noche entre el 8 de abril y el 9 de abril de 1300.

Jean-Auguste-Dominique Ingres

La atención de Dante se centra sobre dos almas que al contrario de las otras vuelan unidas una a la otra y parecen ligeras al viento. Dante pide a Virgilio hablar con ellas, que acepta pedirles que se detengan cuando el viento las acerque a ellos.

Dante entonces se dirige a ellas: "¡Oh dolorosas almas / venid a hablarnos, si no hay otro que lo impida!". Entonces las almas se separan del grupo de los muertos por amor como los pájaros que se levantan juntos para ir al nido.

Las almas entonces se alejan del cielo infernal gracias al pedido piadoso del Poeta.

Dice ella: Amor, que no perdona amar a amado alguno, me prendó del placer de este tan fuertemente que, como ves, aún no me abandona.

Dante Gabriel Rossetti


El amor no exonera ninguna persona amada de a su vez amar. Dante evoca explícitamente la teología cristiana según la cual todo el amor que uno dona a los demás retorna a uno, si bien no de la misma forma y en el mismo momento. En fin, Francesca representa a una heroína romántica, en ella tenemos la contradicción entre idealidad y realidad: ella realiza su sueño, pero recibe el máximo castigo.

Estas dos son las almas de Paolo Malatesta y de Francesca de Polenta que fueron atrapados por la pasión y fueron sorprendidos y asesinados por Gianciotto Malatesta, hermano y marido respectivamente.


Ary Scheffer 


Francesca, conmovida por la piedad mostrada de Dante le cuenta de aquella pasión tan fuerte que los unió tanto en la vida como en la muerte y del momento en que los dos se dieron cuenta del recíproco amor, mientras Paolo solloza. Dante, vencido por la emoción, pierde los sentidos y cae a tierra.

Los versos 100-105 ("Amor, que de un corazón gentil presto se adueña [...] Amor, que no perdona amar ha amado alguno") son una referencia evidente a los principios del amor cortés.

 Anselm Feuerbach

El encuentro con Paolo y Francesca es el primero de todo el poema en el cual Dante habla con un condenado verdadero (excluyendo los poetas del Limbo). Además por primera vez viene recordado un personaje contemporáneo, conforme al principio que Dante mismo recordará en el canto XXVII del Paraíso de acordarse particularmente de las almas famosas porque son más persuasivas para el lector de la época (hecho sin precedentes en la poesía y por mucho tiempo sin ser seguido, como hizo notar Ugo Foscolo).


Paolo y Francesca se encuentran en el grupo de los "muertos por amor", y su acercamiento está descripto con tres similitudes relacionadas con el vuelo de los pájaros, retomadas de la Eneida.

Todo el episodio tiene como hilo conductor la piedad: la piedad afectuosa percebida por los dos condenados cuando son llamados (tanto que le hace decir a Francesca un deseo paradójico de rezar por él, dicho por un alma del Infierno), o también la piedad que aparece en la meditación que hace Dante después de la primera confesión de Francesca, cuando queda en silencio. Y finalmente la cumbre cuando el poeta cae desmayado.

Por eso Dante es muy indulgente en la representación de los dos amantes: no vienen descriptos con severidad (a diferencia de Semíramis unos versos antes) sino que el poeta puede perdonarlos por lo menos en la parte humana (no mete en duda la gravedad del pecado porque sus convicciones religiosas son firmes). Francesca aparece así como una criatura gentil y noble.


Joseph Anton Koch

William Dyce

Francis Bernard Dicksee

Gustave Doré

Amor, ch’a nullo amato amar perdona,
mi prese del costui piacer sì forte, 
che, come vedi, ancor non m’abbandona. 
Amor condusse noi ad una morte. 
Caina attende chi a vita ci spense. 
Queste parole da lor ci fuor porte».

Dante, Inferno, canto V, v.100-108.

Mosè Bianchi

grind-the-rust 

miércoles, 2 de mayo de 2018

Pompeya

Casa della Caccia Antica (VII 4,48)

Ettore Forti  1875 - c. 1920 - Veduta di Pompei 




Paquio Próculo y su esposa

Ícaro

La casa di Marco Lucrezio Frontone

Los últimos días de Pompeya 1827–1833

Karl Briullov


martes, 1 de mayo de 2018

Jens Juel 1745 – 1802













Pintor danés, conocido ante todo por sus muchos retratos.






Autorretrato





Romaine Brooks








Atonal, con la paleta de color esporádica y mitigada. Ambigua, de mirada directa pero sombreada. En cualquier caso y sin duda, moderna. El autorretrato es de 1923 y Romaine Brooks, de 57 años, viste como un hombre ataviado por una elegante sastrería. El porte es aristocrático, pero la androginia se concibe como un guiño: las lesbianas de clase alta se identificaban unas a otras por la indumentaria, la elegancia y el porte de mando. Eran la nueva mujer.

La pintora, nacida en 1874 en Roma en una familia adinerada estadounidense, residente en París buena parte de su vida —con escapadas de verano a la costa de Bari— y muerta en Niza. Vivió mucho, estaba a punto de cumplir 96 cuando falleció y, como queda claro, siempre supo elegir escenarios con distinción.

Fue una rebelde y no escondió nunca el lesbianismo, aunque debe anotarse que le resultó fácil porque vivía de la herencia millonaria que le dejó una de sus abuelas y se movía entre la clase alta europea y los expatriados estadounidenses de entreguerras, gente en la que solían confluir tres singularidades: eran creativos, bohemios y homosexuales.


La Dama de Negro, Azaleas blancas y La chaquetilla roja fueron pintados casi en continuidad, en 1910, cuando Brooks acababa de instalarse en París atraída por las emociones fuertes que ofrecían Montparnasse y Montmartre y, no con menos interés, por su amante de entonces, Winnaretta Singer, heredera del imperio de las máquinas de coser y casada en una de esas uniones blancas que los sajones llaman lavender marriage —entre homosexual y lesbiana— con el Príncipe de Polignac.

Los cuadros de Brooks, que expuso por primera vez en la capital francesa ese mismo año, eran casi monocromos, de trazo frío y valientes. Un par de ellos eran desnudos, tema vedado a las mujeres pintoras por la moralina de la época.

En 1911 Brooks se enamoró con locura de la bailarina rusa-judía Ida Rubinstein, una de las bellezas icónicas de la Belle Époque. La pareja fue feliz durante un tiempo y Brooks usó a su amante como modelo frágil y andrógina en varios cuadros, algunos, como La crucifixión, de descarado matiz sexual: Rubinstein parece en coma o yaciendo tras el éxtasis, tendida sobre una superficie blanca que puede simbolizar el ala angélica de su dedicada amante.



La artista también retrató a la bailarina como reina de las flores y en poses más realistas, pero el romace fue interrumpido por la I Guerra Mundial y la negativa de Brooks a vivir a un retiro rural que pretendía Rubinstein. La pintora era una adicta a las relaciones sociales y necesitaba el vértigo de la ciudad como decorado vital.

Uno de los momentos cumbre de Brooks, sobre todo por inesperado dada su aparente indolencia y apego al hedonismo, ocurrió cuando en 1914, cuando presentó La Cruz de Francia, un cuadro que subastó para recaudar fondos para la Cruz Roja y mostrar una oposición clara a la guerra. La obra, con Rubinstein como modelo, muestra a una mujer heroica con traje de enfermera contra un paisaje desolado barrido por el viento mientras, al fondo, se adivina la ciudad en llamas de Ypres, atacada por los alemanes. Tras la guerra el gobierno de Francia concedió a Brooks la Legión de Honor. 


Durante el resto de su carrera, Brooks, que nunca alcanzó cotas de artista de referencia, siguió pintando expresivos retratos de mujeres lesbianas que funcionaban como prolongación de su vida —mantuvo una intensidad amorosa constante, libre y cambiante, con algunas relaciones no convencionales y duraderas, sobre todo el trío con la escritora Natalie Clifford Barney y Lily de Gramon,

Sus óleos eran, como señaló con su cinismo despreciativo habitual el novelista Truman Capote, él mismo homosexual, una “galería de bolleras”. Más allá de la aportación de Brooks como abanderada del lesbianismo hay también en sus cuadros un estilo tan libre como su propia vida —terminó dedicándose por completo al dibujo con pretensiones surrealistas y no convencionales, mediante líneas fluidas y continuas que creaba sin levantar el lápiz del papel—. 






Trasdós -