“Para mi sola nació Don Quijote, y yo para él, él supo obrar y yo escribir, solos los dos somos para en uno”
La pluma
La pluma
En estos tiempos en que la literatura ha encontrado tantas comodidades en servir al entretenimiento y la evasión, una relectura contemporánea del Quijote, novela de aventuras con todos los ingredientes de amenidad, humor, variedad e intriga, puede suscitar aún enigmas cruciales: me refiero a esa relación compleja, insatisfecha, de la literatura con la vida, de la obra y la vida, el hacer y el escribir.
Don Quijote es un hombre de acción, dispuesto a vivir lo que sólo andaba en libros e imaginaciones. Un maximalista de los principios que lo cautivaron, rebelde frente a su inutilidad e inercia, tanto más cuanto en su tiempo ya no gozaban del mismo fundamento: quiero decir, una especie de romántico que se lamenta del honor perdido y presta a esta causa su cuerpo vivo y su razón:
Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco
Imaginemos que la obra y la vida mantienen siempre ese pulso; no es otro que el de la vida y la muerte, cuyos grados de imbricación con la realidad y la acción se mueven en una serie osmótica. De un polo a su contrario, desplegando todas las gradaciones, en el extremo opuesto al Quijote está Bartleby, el escribiente, la renuncia a ambas instancias: las Cartas Muertas, el no va más de la negación de lo escrito y de lo vivido.
Pero ¿acaso son tan distintos?
En absoluto:
A veces, el pálido funcionario saca de las dobleces del papel un anillo –el dedo al que iba destinado, tal vez ya se corrompe en la tumba-; un billete de Banco remitido en urgente caridad a quien ya no come, ni puede ya sentir hambre, perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que sin esperanza murieron…
¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!
Esta humanidad pálida (como Quijote, como Bartleby) que se retrata de modos contrapuestos formula el continuum que la vida a secas no puede proporcionar: es la literatura la que se vive en el plano completo, más allá de sus servidumbres a la realidad, prefigura y concluye, recorre y significa, mezcla en una composición cada vez única a vivos y muertos, flores y cadáveres, cuyo olor se invoca simultáneamente no siendo más que pura letra.
Dice Borges que Bartleby es el antecedente de Kafka, y añade:
Su desconcertante protagonista, es un hombre oscuro que se niega tenazmente a la acción. El autor no lo explica, pero nuestra imaginación lo acepta inmediatamente y no sin mucha lástima. En realidad son dos los protagonistas: el obstinado Bartleby y el narrador que se resigna a su obstinación y acaba por encariñarse con él.
La hiperactividad de Quijote y la vida animada de su pluma, la inacción de Bartleby y el protagonismo de su narrador, son los vértices del enigma literario que nos sobrevive. Por eso no hay contradicción verdadera en el hecho de que el Quijote acabe prefiriendo colgar la pluma y condenando a todo aquel que la resucite: sabemos que ocurrirá todo lo contrario, y que detrás de esa condena hay una futura incitación.
Cervantes inauguró la novela moderna, Melville la reinauguró. Y en eso estamos: siempre al principio. La muerte escrita tiene sus propias leyes.
Déborah Puig-Pey
Publicado en la revista Imaginando, hoy desaparecida.
2 comentarios:
Excel.lent comentari, Deb.
El Quixot té molts nivells de lectura, en efecte...
Gràcies. Vaig estar apunt, a punt, d'anar a la presentació, a l'últim moment em va agafar pel seu compte la companya migranya...Segur que va anar bé.
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