jueves, 21 de septiembre de 2017

Albert Marquet














Ese golpe de luz, ese naranja encendido que resbala sobre la carne de la modelo bastaría para justificar la presencia de Albert Marquet (1875-1947) en una historia del arte del siglo XX. Entre 1898 y 1901, él y su amigo Matisse, trabajando codo con codo, tuvieron el primer vislumbre de lo que más tarde se llamaría “fauvismo”. Pero Marquet no fue sólo un precursor, ni su obra de madurez puede identificarse con la vehemencia expresionista del fauvismo. Como señaló hace tiempo el crítico Hilton Kramer, las sensaciones que provocan un bodegón de Morandi o un paisaje de Marquet no son fáciles de explicar, porque no encajan en los esquemas habituales sobre la evolución del arte moderno. Razón de más para desconfiar de los esquemas.



Su pintura, cada vez más delgada, iba ganando en sutileza, acercándose a veces a la tradición del paisaje chino, con la extremada delicadeza de sus lejanías. Por ejemplo, en Naples, le voilier, donde la base de las montañas azules del fondo se esfuma, se desvanece. 




La pintura de Marquet aparece siempre bajo el signo del agua. Su factura fluida, su color lavado, sus siluetas borrosas sugieren una música acuática.

Albert Marquet, pintor del agua





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