Esta canción medieval y sefardí ha llegado a ser un himno de duelo para todos los deportados:
Arvoles yoran por luvyas, i muntanyas por ayres. Ansi yoran los mis ojos, por ti kerida amante. En tierras ajenas yo me vo murir. Enfrente de mi ay un anjelo, kon sus ojos me mira. Yorar kero i no puedo. Mi korason suspira. Torno i te digo: ke va a ser de mi? En tierras ajenas yo me vo murir.
Árboles lloran por las lluvias y montañas por los aires, así lloran mis ojos por ti, querida amante. En tierras ajenas yo me voy a morir, frente a mí hay un anhelo que con sus ojos me mira; llorar quiero y no puedo, mi corazón suspira. Vuelvo y digo: 'Qué va a ser de mí? En tierras ajenas yo me voy a morir'».
También es un recordatorio para España. Dando nombre a una de las comunidades más extendidas en el mundo (Sefarad), es el único país con pasado judío que no tiene paseos de hombres cubiertos con sombreros de alas negras, el único cuyas sinagogas no están anunciadas en la entrada, el único que goza de lagunas de memoria pasteurizada. En Barcelona, en Gerona, las juderías o calls han sido rehabilitadas directamente para uso turístico, sin haberlas antes llorado, exprimido o exhumado.
Como es habitual en Archivos del Pentagrama, mi experiencia personal queda aquí reflejada para volver a su territorio original, que es el acervo común, sin el cual probablemente no habría mucho que experimentar. Mi padre, Yehuda Parente Philosoph (yo me llamé Déborah Parente hasta poco después de celebrarse el matrimonio Stiefel/Puig-Pey en junio de 1972) había nacido en Tel-Aviv bajo la bandera inglesa, pero siempre mantuvo las costumbres de su educación sefardita, hablaba ese castellano suave y antiguo que había aprendido de sus padres, descendientes directos de los judíos que partieron desde Salónica, la única ciudad de la Diáspora que contaba con mayoría de población judía, y adonde habían llegado una gran parte de los judíos expulsados de España, manteniendo la cultura que se habían llevado con ellos. Mi padre, incluso, a pesar de haberse unido a un kibbutz comunista, y de haber sufrido las obligaciones del ejército israelí, se convirtió al cristianismo "ortodoxo" oriental, y en cuanto pudo se vino a España, donde pasaría una larga temporada, exhimido de la guerra gracias a una asma crónica y una crisis nerviosa contra las armas, para poder hacer lo que tanto le gustaba: ver y escuchar flamenco, sin olvidar las jotas, que también le chiflaban.
En Barcelona conoció a mi madre.
A mi padre lo conocí por sus cartas. Supongo que tenía idealizada su Sefarad, pero si se puede hablar de amor por un lugar, éste, el del infinitamente expatriado, de Israel, de España, de Salónica, y nuevamente de Israel si nos atenemos a las promesas de simiente de paz, es uno de los más generosos y menos territoriales. Los recuerdos sensitivos de la tierra natal se han convertido en estructura y canciones, en la mística contemporánea de Simone Weil, el espiritualismo lógico de Spinoza, o el "vacío cósmico, entre lenguas y países que sólo a medias quiere como suyos" de Elias Canetti, excelentes caminos de la vida y el pensamiento hacia lo irregular. La cuestión es que Sefarad es precisamente difícil de olvidar. Es la metáfora de la cultura que se ausenta, o se lleva a cuestas, pero está viva. Basada en las substancias de un caldo de cocción interminable, cuando el líquido debiera haberse evaporado ya, resulta que mantiene sus propiedades proteicas (de transformación), prometeicas (de creación) y prácticas (de organización).
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4 comentarios:
Adorable artículo. Sabía de todo esto pero nunca narrado desde el corazón.
Gracias, Rubén, bienvenido. Un abrazo.
Hermoso!!
Gracias.
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