No
es la escritora profunda, sensual, retorcida. No es romántica, ni
autobiográfica. No es despiadada, hipersensible, virtuosa, ni tampoco
experimental o poética. Pero es única. Fue ella quien comprendió
definitivamente la naturaleza del lector, aquel que desea con todas sus fuerzas
que le decepcionen, que no quiere encontrar el camino hacia un mítico lugar del
crimen, aunque se involucre en ello tanto como el autor. Fue ella la que
supo domar el espacio con palabras que eran imágenes: paisajes grises, azules,
verdes, plateados. Ingleses. Una exagerada preocupación por el clima, una
vida social hirviendo en el té, un criminal con levita, una mente
intachable, anciana o belga. Todas las cosas puestas como estaban.
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