jueves, 31 de octubre de 2013
viernes, 25 de octubre de 2013
Escritor de solapa
No es una profesión, ni un escritor liliputiense para echarse al ojal, pero existe: mucha gente me ha preguntado quién hace los textos de contraportada y los resúmenes de las solapas que normalmente se refieren al autor.
Yo misma suelo contestar que es un misterio. Aunque haya escrito varios de esos textos, estamos muy lejos de aclarar la identidad de estos mayordomos de la sinopsis que deben reducir lo máximo a lo mínimo, que tan pronto hacen fotocopias, como limpian la plata de la editorial, o vigilan el polvo que se acumula en los miembros del comité de redacción. En el mundo de la edición existen los "trabajos oscuros", correctores, negros o buscadores de simas, no se pueden deshacer de la sombra, os lo aseguro.
Solamente para acrecentar la confusión, confieso haber escrito, al menos, éstos:
Louise Lévêque de Vilmorin (Verrières-le-Buisson, Francia, 1902-1969) fue escritora y mujer versátil. Seductora, elegante e imaginativa, aunque pudiera ser célebre sólo por la alcurnia de sus amantes (Saint-Exúpery, Malraux) lo es por la personalidad que los conquistó y por las obras que generó su inquieto talento. Educada entre nobles, fue la impulsora de un famoso salón para inspiración de los creadores más activos de su tiempo. Escribió cuentos, guiones, poemas y varias novelas, entre ellas Madame de, llevada al cine por Max Ophüls y obra maestra de una y otro.
Almas rezagadas (Edith Wharton)
Almas rezagadas se considera uno de los relatos más brillantes de la literatura norteamericana, tanto en el fondo como en la forma. En él aparecen las cuestiones más críticas de la cultura normativa anglosajona, especialmente la del matrimonio y la del papel que las mujeres desempeñan en él. Lydia, la protagonista, debe elegir entre casarse con su amante para limpiar la mancha social de su divorcio, preservar la autenticidad de esa relación amorosa o garantizar su libertad como individuo no sacrificado a la familia. El relato explora todas las posibilidades con profundidad, a través de una minuciosa elaboración narrativa.Memorias de Coco
Un encuentro, un desencuentro y dos mujeres extraordinarias son el origen de estas memorias. Louise de Vilmorin y Coco Chanel se conocen en Venecia en 1947, planean una biografía escrita por la primera sobre la segunda, una memoria que esté hecha de vida y también de deseo, de revelaciones de la visión del mundo a imagen y semejanza de aquella Gabrielle renacida en Coco. La amistad se trunca, la lente de Vilmorin gana en distancia, las memorias quedan. El resultado es un reflejo de mentiras frente al espejo que son verdades invertidas, o cristal de seducción, voluntad y moda, en el viaje de Chanel desde el orfanato hacia la fama mundial sin olvidar las escalas necesarias: la pasión por el dinero como medio para alcanzar la libertad, la coquetería trocada en imperio y la manipulación del mundo en su vertiente creativa.
MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN
Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939 - Bangkok, 2003) fue novelista, poeta, periodista, gastrónomo, historiador e intelectual incansable, capaz de transformar el relato policíaco en crónica del desencanto, el fútbol en filosofía política o la cocina en pensamiento de vanguardia. Además de crear al famoso detective Carvalho, su narrativa está plagada de obras espléndidas como El pianista o Los alegres muchachos de Atzavara.
Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939 - Bangkok, 2003) fue novelista, poeta, periodista, gastrónomo, historiador e intelectual incansable, capaz de transformar el relato policíaco en crónica del desencanto, el fútbol en filosofía política o la cocina en pensamiento de vanguardia. Además de crear al famoso detective Carvalho, su narrativa está plagada de obras espléndidas como El pianista o Los alegres muchachos de Atzavara.
Menajem Mendel,
desde Odesa, a su esposa Sheine Sheindel en Kasrilevke
A través de la correspondencia con su esposa, un emigrante que sale de una pequeña ciudad a buscar fortuna nos relata sus aventuras. El fracaso de todas las iniciativas de Mendel no es más que un breve período en el que incubar el sueño siguiente, un nuevo arranque para huir de la mísera realidad: la humilde aldea de Kasrilevke, residencia para judíos, también llamada gueto, en la Rusia del Zar.
Estas cartas entre los esposos Mendel son como un documento del sentido del humor yiddish: mordaz, ingenuo y espiritual, combinación característica de los relatos del mundo judío centroeuropeo y eslavo, heredado por los Hermanos Marx, Charles Chaplin o Woody Allen.
Menajem Mendel tiene la desfachatez de acometer el exilio y la soledad como requisitos de una gran aventura, más allá de las necesidades de supervivencia personal. El fracaso es eventual, el sueño no.
Madame de (Louise de Vilmorin) Obligada por las deudas que ha contraído, una dama de la alta sociedad vende a espaldas de su marido una valiosa joya que éste le había regalado tras la boda. Su esposo logrará recuperar los pendientes y los regalará ahora a su amante, segundo acto del ciclo dramático de una joya que oculta toda una cartografía de amores falsos, amores verdaderos, débitos e infidelidades. Yendo de mano en mano, el precioso objeto mostrará una parte subterránea de la sociedad y unas almas empeñadas por unos pendientes. Plasmada en un cuento moral, esta mujer sin nombre, entre la Karenina y la Bovary, atrapada por la conveniencia, el orden, incluso la elegancia, es tan sólo madame de.
miércoles, 16 de octubre de 2013
Giuseppe Tomasi di Lampedusa, el don único.
Lighea, escrito al parecer en 1956, cuando el escritor volvía de una larga excursión por el litoral de Augusta, que realizara en el verano de ese mismo año. Es, sin duda alguna, lo mejor del libro. Y no queremos llamar aquí la atención del lector a fin de que aprecie los valores más evidentes de dicho relato —desde la representación del café Turínés hasta la orgía pánica entre el joven filólogo siciliano y Lighea. Como siempre, para hacerse leer, Tomasi de Lampedusa echa mano de toda su cultura y de todo su genio de escritor impecable. Por su mente pasaron Böecklin, Wells (lo cita, incluso), quizá también el Soldati de La verdad sobre el caso Motta; y su prosa, entre ironía muy amarga y canto desplegado, nunca ha sido tan hermosa, rica y fascinante... (...) Si en verdad quiere uno comprender a Tomasi de Lampedusa; si no se desea malinterpretar el mensaje del mismo Gatopardo —que es, repetimos, moral y político, serial de la verdadera modernidad y originalidad de la novela—, será menester considerar también a este anciano excéntrico, a este cortejador de la Muerte y de la Nada, que es el profesor La Ciura.”
Nota introductoria (Material de lectura, Guillermo Fernández)
Extractos:
Hubo de transcurrir un mes para que de las consideraciones generales —originalísimas, pero genéricas de su parte— pasáramos a los argumentos indiscretos, que son los únicos que distinguen las conversaciones entre amigos y las de los simples conocidos. Y fui yo el que tomó la iniciativa. Su expectoración constante me molestaba (como les molestó también a los guardianes del Hades que terminaron por acercarle a su mesa una escupidera de latón pulido como un espejo). Me atreví a preguntarle por qué no se curaba de aquel insistente catarro. Le hice la pregunta irreflexivamente, y pronto me arrepentí de mi atrevimiento. Esperaba que la ira senatorial hiciera desplomar sobre mi cabeza los artesonados del techo. Pero nada. Me respondió con su voz muy bien timbrada, pausadamente: “Pero querido Corbera, yo no padezco de ningún catarro. Tú, que observas tan minuciosamente, habrás debido notar que nunca toso antes de escupir. Mi expectoración no es señal de enfermedad ninguna, sino de salud mental. Escupo porque me dan asco las tonterías que leo. Si te quisieras tomar la molestia de examinar ese arnés (me indicaba la escupidera), podrías darte cuenta de que contiene muy poca saliva y ninguna traza de moco. Mis esputos son simbólicos y altamente culturales.
“La verdad, senador, es que comencé a venir aquí como a un asilo temporal alejado del mundo. He tenido contratiempos con dos de esas muchachas que usted estigmatiza con toda justicia.” La respuesta fue despiadada y fulminante. “¿Cuernos, eh, Corbera, o bien, enfermedades?” “Ninguna de esas cosas, sino algo peor: abandono.” Y le conté los ridículos acontecimientos de dos meses atrás. Se los conté jocosamente, porque la úlcera de mi amor propio ya estaba cicatrizada. Cualquiera que no hubiese sido ese helenista lo habría tomado a broma o, excepcionalmente, se habría compadecido de mi ruina. Pero el terrible anciano no hizo ninguna de las dos cosas: se indignó. “Esto es lo que sucede, Corbera, cuando se acoplan los seres enfermos y escuálidos. Lo mismo que te digo se lo diría a esas dos mujerzuelas si tuviese el disgusto de conocerlas.” “¿Enfermas, senador? Las dos eran encantadoras. Si usted las hubiera visto cómo comían cuando íbamos a Los Espejos. Tampoco eran escuálidas: eran dos ejemplares magníficos y elegantes.” El senador lanzó a la escupidera uno de sus esputos desdeñosos. “Enfermas, lo he dicho bien, enfermas. Dentro de 50, 70 años, quizás mucho antes, reventarán, porque ya están enfermas. Y también escuálidas: su hermosa elegancia está hecha de chanchullos, de pullovers robados y de mohínes aprendidos en el cine. Qué hermosa generosidad la de ésas, que andan a la pesca de billetuchos viscosos en los bolsillos del amante, en lugar de regalarle, como hacen otras, perlas rosadas y ramos de coral. Esto les pasa a ustedes por enredarse con esos borrones pintados. ¿Pero no sentían ustedes el asco, un asco recíproco al besuquear sus futuros esqueletos entre las sábanas malolientes?” Le respondí como un estúpido: “Pero si las sábanas siempre estaban limpias, senador.” Se enfureció. “¿Pero qué tienen que ver las sábanas? Se trata de su olor a cadáver. Lo repito: ¿cómo le hacen ustedes para andar en juergas con gente de distinta ralea?” Me ofendí, pues yo codiciaba una deliciosa coussette de ventura. “Según usted, no se debe ir a la cama sino con Altezas Serenísimas?” “¿Pero quién está hablando de Altezas Serenísimas? Esas también son carne de cañón, coma las otras. Tú no puedes entender estas cosas, jovencito; y la culpa es mía, por decírtelas. Es fatal que tú y tus amigas se encaminen por los mefíticos pantanos de los placeres inmundos. Muy pocos son los que lo saben.” Sonrió, con los ojos vueltos hacia el techo; en su rostro había una expresión de arrobamiento. Luego me tendió la mano, y se fue.
“Ya te lo he dicho, Corbera: era una bestia, pero también era una inmortal, y es lamentable que las palabras no logren expresar esta síntesis como ella la expresaba con su propio cuerpo. No solo en el acto carnal manifestaba una jocundidad y una delicadeza opuestas a la oscura libídine animal, sino también su conversación poseía una inmediatez poderosa que únicamente he vuelto a encontrar muy pocas veces en los grandes poetas. No por nada es hija de Calíope. En lo profundo de todas las culturas, ignorante de toda sabiduría, desdeñosa de cualquier tipo de constricción moral, ella forma parte del venero de cualquier cultura, de cualquier sabiduría, de cualquier ética, y sabía expresar su primigenia superioridad en términos de escabrosa belleza. ‘Soy todo porque solo soy corriente de vida despojada de accidentes; soy inmortal porque en mí confluyen todas las muertes, desde aquella de la merluza hasta la de Zeus, y reunidas en mí vuelven a convertirse en vida ya no individual, sino pánica y, por lo tanto, libre.’
viernes, 4 de octubre de 2013
ENTREVISTA CAPOTIANA
ESCRITURAS Y VIVENCIAS LITERARIAS DE TONI MONTESINOS
VIERNES, 4 DE OCTUBRE DE 2013
Entrevista capotiana a Déborah Puig-Pey
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Déborah Puig-Pey.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El lugar que no he sabido encontrar, el que me correspondiera. Uno imaginario ¿eh?, sin consecuencias irreversibles.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, en principio no. Tal vez para comer, si me apuran.
¿Es usted cruel?
La crueldad es un misterio, jamás la he entendido. Para mí su existencia en el mundo es: o bien motivo de depresión mayor, y escepticismo absoluto respecto al ser humano, o bien objeto primordial de investigación de las ciencias humanas, algo parecido a lo que sería buscar al diablo para un exorcista. Hasta ahora sólo he visto verdadero interés en tal búsqueda en Freud y en Sade.
¿Tiene muchos amigos?
Depende de lo que quiera decir “muchos”, pero creo que en amistad he tenido el privilegio de gozar calidad y cantidad. Sin la intervención de mis amigos estaría muerta.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Ninguna, nada.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Nunca me ha decepcionado un amigo.
¿Es usted una persona sincera?
En general, sí. No puedo evitar la transmisión de mis autoengaños, en ese sentido, si dijera toda la verdad sería una especie de Dios.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gustaría encontrar alguna actividad que realmente me concediera tiempo libre de tiempo.
¿Qué le da más miedo?
No hacerme comprender, sentirme abandonada o incomunicada.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La crueldad, como he dado a entender antes, me deprime, pero me enerva que lleve en sí un discurso: es la base de la injusticia social. Entiendo por crueldad el ejercicio junto a la gustosa connivencia con una prolongación innecesaria del sufrimiento.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Bailar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Bailar, o cansarme.
¿Sabe cocinar?
Un poco, mis antepasadas eran grandes cocineras, no les llego a la suela de la zapatilla.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A alguno de los muchos olvidados.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Quizá la palabra “palabra”, pero no estoy segura de que la esperanza haya tenido siempre el mismo sentido.
¿Y la más peligrosa?
“Necesito”.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Supongo que sí, la imaginación sirve también para ese tipo de delitos hipotéticos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me importan los desfavorecidos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Hada.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Fumar, fumar y fumar.
¿Y sus virtudes?
Mi nivel de tolerancia de los vicios ajenos es muy alto.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
¿Toda mi vida muy rápidamente? ¿Peces?
T. M
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