Stefano Portelli. Grup de Treball de Perifèries Urbanes, Institut Català d'Antropologia.
Médicos y brujos
"Generalmente, los blancos creen que existen dos tipos de sociedades - aquellas en que se piensa más de cuanto se crea, y aquellas en que se cree más de cuanto se piensa - la de ellos naturalmente hace parte de las primeras. [...] Así, en nuestra disciplina, a pesar de las nombrosas advertencias de pensadores
excepcionales, verdaderos iluminados, como fue por ejemplo Marcel Mauss, a pesar de las investigaciones profundas y extremadamente claras de los antropólogos sobre el 'pensamiento salvaje', a pesar de los resultados clínicos regularmente publicados por los investigadores en etnopsiquiatría, los psicopatólogos siguen sosteniendo que existe un pensamiento de un lado - el de la psicopatología occidental - y unas creencias por el otro - el de esos (pobres) salvajes que, enredados en sus fantasmas, no saben hacer nada más que gesticular ingenuamente unos actos 'simbólicos'" (Nathan, Stengers, 2004).¿Cómo es posible que una "terapia" como la del cabilio que resumimos arriba pueda compararse con una psicoterapia científica, y que un psiquiatra pueda dar crédito a estas supersticiones?
Nathan y sus colaboradores, durante décadas de práctica, han construido un discurso que, si no explica, por lo menos permite el diálogo con este tipo de operadores terapéuticos: intentando entender su eficacia, en términos científicos. En primer lugar, reconociendo la existencia de teorías que están a la base de sus intervenciones: teorías implícitas, basadas sobre la práctica,
nunca expresadas en palabras; teorías que se ven en acción, y de la cual se aprecia la complejidad, tanto en el diagnóstico como en la terapia.
Empecemos por el diagnóstico. Localizando la causa del malestar fuera del cuerpo del paciente, se invierte el mecanismo, respeto al diagnóstico psiquiátrico moderno: el malestar es objetivizado, la responsabilidad del desorden no es del paciente, a menudo no es ni siquiera de este mundo. La responsabilidad es del invisible (ni siquiera de la cuñada, sino del djinn que permitió que la envidia de la cuñada se convierta en algo eficaz). Al paciente por lo tanto no se le puede culpar: no es un paranoico, no tiene nada dentro que no funcione, no tiene "un problema psíquico": se encuentra en cambio en una situación difícil que tiene que resolver. En la terapia, también se realiza una inversión: el primer paso del paciente no es mirar dentro de sí, sino entrar en acción. El tratamiento del problema también es materializado, se encarna en la fabricación de un nuevo objeto, que garantirá la curación, y en una serie de acciones rituales. Gracias al "contenedor cultural" de la brujería, del s'hur, el paciente sale de la inmovilidad, y entra en escena. De objeto pasivo y sufridor de un malestar, se convierte en "actor" - en el sentido etimológico - de un drama: cuyos personajes son todos los otros miembros de su grupo social, de su familia y de su comunidad, también indirectamente atacados por el djinn. Entonces la tarea del paciente no será sólo curarse a sí mismo, sino también proteger su grupo de una peligrosa irrupción de lo invisible.
Se convertirá por lo tanto también en el elegido por su comunidad para llevar a cabo una difícil operación de defensa colectiva: es para la misma sobrevivencia del grupo, que todo el mundo ayuda a la persona enferma, poniéndose en juego y apoyando el camino individual de curación.
Quién no lo hace, además, ¡se expone a ser acusado él mismo de brujería! Vemos claramente cómo todo este sistema terapéutico tiene consecuencias radicalmente opuestas, respeto al dispositivo psiquiátrico tradicional. Un diagnóstico psicopatológico - "Monsieur, usted es un paranoico" - localiza dramáticamente el malestar dentro del sujeto, lo hace portador de una anormalidad, y lo empuja hacia un recorrido terapéutico que lo separa de su grupo de pertenencia. La sociedad se defiende de la enfermedad psíquica en primer lugar aislando el enfermo; se deja al enfermo solo con su malestar y con su terapéuta, que le arrebata incluso el conocimiento sobre su cuerpo. El enfermo es un individuo fuera de contexto, en mano de las terapias, de hecho anulado, como máximo insertado en un nuevo grupo compuesto de otros enfermos. Occidente, desde la Inquisición hasta nuestros tiempos (Szasz, 1974), se obstina en localizar la anormalidad dentro del sujeto: antiguamente, en el alma; a partir del siglo XX, en la psique; con la aparición de las neurociencias, en el cerebro; últimamente, hasta en el ADN. Pero
el proyecto siempre es el mismo, y es funcional a la realización de un sueño de dominio biopolítico: la creación de individuos aislados delante del Estado, que no pertenecen a nada, ni tienen "attachements" ni referencias que no sean las instituciones dominantes (Foucault, 2007 [1979]).
Las terapias "salvajes", al contrario, conocen bien el valor terapéutico del pertenecer: un enfermo aislado es un riesgo para el grupo mismo, y el objetivo de la terapia es resocializar y reintegrar
quién sufrió una enfermedad mental. No por solidaridad, o por "buenos sentimientos", sino porqué el aislamiento es potencialmente destructor, puede alimentar el malestar y contagiar a otros miembros de la sociedad. Después de una terapia "salvaje", el enfermo, ya curado, vuelve a introducirse en el grupo con una nueva identidad: se convierte en experto de su enfermedad, por
ejemplo en adepto del ser invisible que lo hizo caer enfermo. El grupo, que contribuyó a la búsqueda de la solución y que acompañó el enfermo durante todo su camino, sale de la enfermedad más cohesionado, más consciente de sus límites, de los peligros que lo rodean, pero también de sus potencialidades.
La etnopsiquiatría, para la ciencia moderna, representa una toma de consciencia importante de sus límites: si queremos, de los límites mismos de la modernidad, hace siglos empeñada en una batalla desesperada contra todo lo que le parezca irracional, inexplicable, ininvestigable, por cuanto eficaz se demuestre. Es como si de esta lucha - contra los charlatanes y contra las supersticiones: de hecho, contra las otras culturas - dependiera su propia sobrevivencia. La
medicina moderna y la psicoterapia moderna no soportan la idea de convivir con otras medicinas o con otras psicoterapias. La propuesta de la etnopsiquiatría, como veremos, es que la ciencia moderna se convenza de aceptarse como "una técnica entre muchas", reconociendo eficacia y potencialidad a las "otras" técnicas, y renunciando a la universalidad. O por lo menos, transformando su pretensión de universalidad en una voluntad de hacerse completa. Es la crítica a la modernidad que hace Latour, cuando afirma que nunca fuimos modernos (Latour, 2007).
También desde el punto de vista del pensamiento crítico, de los movimientos antipsiquiátricos, el alcance del dispositivo etnopsiquiátrico es grande, ya que permite superar una fase de
estancamiento: hace décadas ya que la antipsiquiatría denuncia el aislamiento forzoso de los supuestos enfermos psíquicos, pero en esta época de psicofármacos recetados a los menores por las mismas escuelas, de disease mongering. por parte de las farmacéuticas, de conductivismo y cognitivismo desenfrenados, no ha sabido aún encontrar alternativas válidas, tanto teóricas como
prácticas, a los dispositivos ofrecidos por la psiquiatría dominante, para resocializar o reintegrar realmente a los enfermos psíquicos en la sociedad.
http://periferiesurbanes.org/wp-content/uploads/2011/02/ESAntropologia_aplicada_intervencion_psicoterapeutica.pdf
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