Henri de Toulouse-Lautrec, pintor e ilustrador de la vida nocturna |
Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa, conocido simplemente como Toulouse Lautrec nació el 24 de noviembre de 1864 en el castillo de Albi, Departamento de Tarn, Francia, en el seno de una familia aristócrata. Sus padres, el conde Alphonse de Toulouse-Lautrec-Montfa y Adèle Tapié de Celeyran, eran primos hermanos. Una anomalía congénita impedía que sus huesos crecieran con normalidad. A ello se sumarían dos fracturas en los fémures de ambas piernas entre 1878 y 1879. Sus piernas dejaron de crecer, alcanzando una altura de 1,52 m.
Con frecuencia afectado por esa minusvalía, el pintor estuvo muy vigilado por su madre que, sin embargo, no logró impedir que se instalara en París. En 1881 Toulouse-Lautrec se traslada a París, dispuesto a triunfar como pintor: se forma en el estudio de Léon Bonnat, primero, y en el de Ferdinand Cormon, más tarde. Allí conocería a Vincent van Gogh. Fue Degas el pintor que más le influiría, pero nunca le sedujo el impresionismo. El paisaje que más le interesaba era el de París la nuit. Otra de sus grandes pasiones fue la estampa japonesa, cuya huella es muy evidente en su trabajo.
En 1884 Toulouse-Lautrec fue a vivir al barrio de Montmartre. La fascinación que sentía por los locales de diversión nocturnos le llevó a frecuentarlos con asiduidad y hacerse cliente habitual de algunos de ellos como el Salon de la Rue des Moulins, el Moulin de la Galette, el Moulin Rouge, Le Chat Noir o el Folies Bergère. Todo lo relacionado con este mundo, incluida la prostitución, constituyó uno de los temas principales en su obra. En sus obras de los bajos fondos de París pintaba a los actores, bailarines, burgueses y prostitutas. A estas las pintaba mientras se cambiaban, cuando acababan cada servicio o cuando esperaban una inspección médica.
Hizo muchos carteles de estos locales para promocionar sus espectáculos. Conoció y retrató a empresarios, cantantes, bailarinas, actrices, vedettes... Una de sus modelos fue Yvette Guilbert (con sus inseparables guantes largos negros). En sus retratos la envejecía, la deformaba. La actriz llegó a escribir al pintor: «¡Por amor de Dios, no me haga tan atrozmente fea!».
Al contrario que el incomprendido Vincent van Gogh, Toulouse-Lautrec llegó a vender obras y fue reconocido, si bien su popularidad radicó en sus ilustraciones para revistas y carteles publicitarios más que en la pintura al óleo.
Tuvo grandes amigas como la bailarina Jane Avril, a la cual dedicó varios cuadros y carteles. Conoció a bailarines reconocidos como Valentín el Descoyuntado, payasos y demás personajes de las fiestas y espectáculos por los suburbios. Este mundillo de vicio y extravagancia fue un refugio para Lautrec, quien se sentía rechazado por la nobleza a la que pertenecía por origen. Su minusvalía causaba rechazo en los salones chic, y en Montmartre pudo pasar desapercibido y dar rienda suelta a su bohemia. Criticaba a todos aquellos que reflejaban paisajes en sus cuadros, ya que él opinaba que lo que verdaderamente valía la pena eran las personas, el pueblo. Se consideraba a sí mismo un cronista social y se mezcló, pintó y fue como el pueblo. Pintó grandes obras como La inspección médica.
En 1886 abandonó el estudio de Cormon y arrendó el suyo propio. En los años 1890 viajó hasta Londres donde conoció y retrató a Oscar Wilde, quien le encargó que ilustrara el programa de mano del estreno en París de su obra de teatro «Salomé».
Toulouse-Lautrec también ganó fama por su vida disoluta y nocturna en el célebre barrio de Montmartre, en París, autoproclamándose un artista del pueblo.
Murió el 9 de septiembre de 1901, con apenas 36 años. Su madre, la condesa Adèle de Toulouse-Lautrec, quiso perpetuar la memoria de su hijo en su ciudad natal dedicándole un museo con su nombre.
El 30 de julio de 1922 se inauguraba la Galería Toulouse-Lautrec en el Palacio de la Berbie (siglo XIII) de Albi, preciosa ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad. En 2012 reabrió sus puertas completamente remozado este antiguo Palacio Episcopal, que atesora la colección más importante de este artista en todo el mundo. Más de mil obras, entre cuadros, litografías, dibujos y estudios preparatorios, carteles... El cine le inmortalizó en varias ocasiones. La última, en el «Moulin Rouge», de Baz Luhrmann, donde un John Leguizamo en estado de gracia se metió en su piel.
Toulouse-Lautrec en su atelier, con una modelo (1895). Fotografía de Maurice Guibert (1856-1913).
Oscar Wilde
Nnuu Acuñan du Moulin de la Galette, 1892
'Divan Japonais' (1893) y 'May Belfort' (1895). (Fotos: Ayuntamiento de Schaerbeek)
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