Toda obra que define el signo y el carácter de su tiempo está condenada a soportar tantas lecturas como lectores. El éxito incontestable de 'El Padrino' en sus 40 años de vida en gran parte descansa en que cada espectador vio en ella el perfecto resumen de sí mismo. Cuando el 15 de marzo de 1972 se estrenó la película de Coppola, los hubo que vieron en ella el retrato perfecto de una forma de hacer política moribunda.Ante la incompetencia del Estado (llamémosle liberal-democrático) sólo queda el sentido de la justicia de 'la familia' convertida en brazo ejecutor de un subestado corporativista. Mussolini, por no movernos de Italia, no lo hubiera expresado mejor. Ni Andreotti, tampoco.
Ya desde la primera, genial y memorable secuencia en que la cabeza de Don Vito surge entre las sombras ante los sollozos de un pobre hombre que reclama venganza por la violación de su hija, anuncia el 'pathos' de todo lo que vendrá después. La lucha interna de Michael, el heredero, por evitar el destino sangriento de su saga no es más que la de la Historia entera de la Humanidad por vivir entre reglas más allá de, precisamente, las no-reglas de la sangre. Hablamos, para entendernos, de disyuntiva excluyente entre la civilización o la mafia.
A principios de los 70, con Hollywood entero enfermo del mismo malestar que la sociedad global (no sólo americana), la película cayó como una iluminación. El mensaje que transmitía, y de ahí su éxito, no fue otro que el de denunciar a una clase política incapaz de hacerse cargo de cuitas tan evidentes como la del pobre Bonasera, dueño de una funeraria (el de la hija violada). No olvidemos que la cinta se estrenó pocos días antes del escándalo Watergate. El propio Coppola en unas accidentadas y confusas declaraciones no dudó en comparar a Don Vito con Nixon para que quedara claro quién era, pese a su crepuscular encanto, el villano de la historia.
El don de Coppola. |
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