Postfacio de Domingo Rodríguez (fragmento)
Los mayorazgos de ACHIM VON ARNIM
(Traducción de Jorge Seca)
«El mundo del cuento fantástico es el mundo absolutamente opuesto al mundo de la verdad (historia); y por esa misma razón, le es absolutamente semejante, como el caos a la creación perfecta…» (Novalis). La concepción misma de la poesía como búsqueda de la palabra original y, en última instancia, de una Ursprache o lengua total y universal hizo de ella y del cuento algo profético, el vehículo perfecto para la manifestación pura de la autoconciencia. El poeta pasará a ser considerado un vidente (también el Märchendichter), un visionario y, su palabra, un conjuro. Nunca pudieron los románticos alemanes separar del todo la poesía de la religión; y es entonces cuando se produce y se instaura la identificación de la magia con la poesía. El poeta como adivino, como mago que deberá aspirar al rescate de la Edad de Oro, a ser el Adán de los nuevos tiempos y que, por lo tanto, habrá de transformar su relación con la realidad transformando la realidad misma, llevando a cabo en su poesía una operación alquímica que nos permita presentir un cosmos desconocido, una región de lo absoluto, una «patria superior» por él revelada. Ésa es su misión y su visión; y la poesía el modo mágico a través del cual poder conjurarla, pues la palabra contiene la virtud mediúmnica capaz de captar y comunicar ese otro mundo, aquella realidad tan huidiza a los poetas del «siglo de Federico» que representaban la Aufklärung. Arnim escribió:
En todo tiempo hubo en el universo una realidad secreta más valiosa y más profunda, más rica en sabiduría y en alegría que todo lo que ha hecho ruido en la historia. Está muy cerca del subsuelo mismo del hombre como para que los contemporáneos puedan percibirla claramente, pero la historia, en su suprema verdad, da de ella a la posteridad imágenes preñadas de presagios. Este conocimiento, cuando es comunicable, lo llamamos poesía; nace del espíritu y de la verdad, brota del pasado y del presente.
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